sábado, 24 de octubre de 2009

Jorge Eduardo Eielson





Moradas y visiones del amor entero

¡Oh Amor, pasto invisible
De mi corazón, qué lejos
A tus calladas posadas con hambre
De amanecer me llego,
Primera faz del gozo,
Consuelo abierto
Entre dormidos pétalos,
Qué blanco tu martirio,
Tu eternidad -tu edad-
Tus últimos ojos abiertos
De quien te asila esplendor!
Señor en un níveo rosal transfigurado
De ti quedan las rosas,
El blanco de los días que te exclama.
¿En qué nuevos hilos tu luz
Descenderá, y rodeándote
El interior de la tierra
A adorarte acudirá?
Ved esta sombra esperanzada,
Estos brazos levantados
Y el afanoso vivir que los sepulta:
¡Oh amargura de existir,
De soñar tan sólo acostumbrado!
¡El incendio -estoy en llamas puras-
De tu imagen en mi pensamiento!
Nada aqueja ya tu cielo
Tu reinado las tardes esparcen.
¡El sol de tus brazos abiertos!
Y espuma blanca es tu perfil
Entre las rocas.
Mas quién pudiera una noche
Robarse tu muerte divina
Hablarte cuando todos callan
Rodearte ¡oh mortal maravilla!
En polvo, cuando todos hablan.
Y cual los escombros que aguardan caer
Desde sus sombras inertes,
Dejados por su curso de astro plebe,
Hacer de ti un castillo inútil
Habitado por un pensamiento...

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